Me he dado cuenta de algo: es posible que no conozcas todo lo que podemos aportar desde la arquitectura y el paisaje para ayudarte a mejorar el entorno, tanto a escala cercana como a escala global. Desde luego que va más allá de construir edificios, calcular estructuras, instalaciones, conseguir licencias o solucionar esa legalización que te pide el Ayuntamiento. Aunque si lees habitualmente nuestro blog, habrás comprobado que somos un estudio de arquitectura diferente y peculiar.
A lo largo de los diferentes artículos que llevamos escritos, hemos puesto el foco en la relación de la arquitectura y la naturaleza. Hemos hablado de los jardines que te cuidan, de la necesidad de naturaleza que tenemos y como ésta la podemos saciar con baños de bosque, de los sistemas urbanos de drenaje sostenible y la integración de naturaleza y ciudad
En cierto modo ya fuimos avanzado el tema de habitar los lugares y conectarlos a las personas cuando hablamos sobre el Wayfinding, donde la arquitectura, el diseño gráfico y ambiental se encuentran para abrazarte y guiarte por el espacio o en el artículo sobre los espacios de fuga frente a la reclusión.
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El espacio se construye, el lugar se habita
Lo cierto es que llevo tiempo pensando en la necesidad de explicártelo de manera más específica y ahora que estoy leyendo “Construir y habitar. Ética para la ciudad” de Richard Sennet (Sennett, 2019) he sido más consciente de esa necesidad, así que creo que con su ayuda y la de otros grandes pensadores e investigadores voy a tratar de ilustrarlo.
Sennett hace una clara distinción entre construir y habitar, entre la ville y la cité.
“Los seres humanos se mueven en un espacio y habitan un lugar.” (Sennett, 2019, p. 51).
Por un lado está el medio construido y por otro como viven en él las personas (Sennett, 2019, p.10) y ambas han de estar conectadas. La forma de un espacio determina en gran medida como lo viven las personas. Uno de los ejemplos que pone Sennet es Central Park de Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux, pues su intención era la de usar suelo y plantas para unir a las personas (Sennett, 2019, p.70) y precisamente coincide con nuestro planteamiento.
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Espacios sociópetos frente a espacios sociófugos
En las últimas conferencias que he dado en la Escuela de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad del Norte y en Bioconstrucción Futura, he empezado mi discurso diciendo: “Estamos condicionados por la ciudad y el entorno en el que vivimos porque determina en gran medida nuestras relaciones, nuestro bienestar, nuestra creatividad.”
Ya en los años 60, el antropólogo Edward T. Hall observó que la disposición del mobilliario tiene mucho que ver con el grado de conversación. Existen espacios sociópetos, que tienden a juntar a las personas, como los sillones de los cafés, dispuestos alrededor de una mesa. Frente estos, están los espacios sociófugos que no ayudan a que las personas se relacionen, como los asientos colocados en hileras fijas (Hall, 1985, p.24).
Y no sólo esto, también estamos condicionados por cómo sea ese mobiliario, el espacio que le rodea y sus características, pues también influyen en el comportamiento y bienestar de las personas que habitan el espacio, tanto en exteriores como en interiores. Por eso es vital cuidar el diseño de los lugares habitados por las personas. También es necesario entender que cada época tiene sus tecnologías, y se refleja en la estética. No tiene sentido intentar imitar formalismos de otras épocas hechos con una tecnología que ya no existe. Bruno Munari lo dejaba muy claro:
“El pasado solamente puede tener una función de información cultural y se ha de considerar ligado a su tiempo, ya que de otro modo, no se entiende nada” (Munari, 2000, p. 16)
Creemos que es necesario que habites entornos contemporáneos que conecten espacio y lugar con las personas y que esa conexión, entre el espacio construido y el lugar habitado, se realice a través de la biofilia, esa afinidad que sentimos por la naturaleza y otros seres vivos, pues necesitamos ese vínculo.
Personas, plantas, insectos, aves, mamíferos y otros seres: cada uno tiene sus requisitos, tenemos que ser capaces de combinarlas para llegar a una convivencia eficaz que no genere molestias y así generar una biodiversidad funcional que contribuya a la mitigación y adaptación al cambio climático.
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Espacios capaces de crear historias
Conectamos personas al lugar. La forma del espacio, los materiales, en definitiva, la configuración espacial, ayudan a que se habite un lugar y se conecte a las personas.
Y aquí viene la parte en la que te cuento de donde viene el nombre de nuestro estudio. Nos llamamos cómo crear historias, porque nuestros proyectos son generadores de vivencias y en sí mismos son contados como historias donde los protagonistas de los espacios son las personas que los habitan y su entorno.
Lo que más nos apasiona junto con la arquitectura y crear historias es: el paisaje, los procesos naturales, la integración de la naturaleza en el medio construido, los espacios entre los edificios, su vínculo con las personas y otros seres vivos que los habitan, el bienestar que generan y su capacidad para estimular la creatividad.
Desde el principio de nuestra práctica, empezamos a integrar soluciones basadas en la naturaleza en el entorno, a renaturalizar los espacios teniendo en cuenta a las personas y otros seres vivos, a través de la biofilia.
¿Por qué?
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La necesidad
Al volver la vista atrás con más de 70 proyectos realizados, hemos detectado que tratamos de dar respuesta a cuatro necesidades que tienen los seres humanos y el entorno:
- La creatividad
Todas las personas somos creativas y necesitamos la creatividad para el día a día. Al resolver un problema, la estamos usando.
Cuando estaba en la escuela de arquitectura ETSAM, hace ya muchos años, uno de mis profesores de proyectos, Andrés Perea, nos decía: “los problemas son oportunidades creativas”. Me acuerdo cada día de esta frase, de ésta y de otras muchas.
- El contacto con la naturaleza
Existe una necesidad innata que tenemos los seres vivos de contacto con la naturaleza.
La naturaleza es nuestro primer hogar, nos genera bienestar, nos alimenta, nos protege y estimula nuestra creatividad. La biofilia pone nombre a esta necesidad.
- La cooperación y el cuidado mutuo
Hay que dar respuesta a la necesidad social de contacto, cooperación, cuidado y apoyo mutuo entre los seres vivos, pues necesitamos cooperar para sobrevivir.
Con la pandemia de la Covid19, hemos visto cómo han surgido redes de colaboración por todo el mundo.
Hace años, Michael Tomasello en su libro “¿Por qué cooperamos?” cuenta como comprobó mediante un estudio que de manera innata, efectivamente somos seres cooperativos (Tomasello, 2010)
No hay que olvidar que, además, en la naturaleza todo está interconectado y todos los elementos en cierto modo también cooperan para sobrevivir y no generar desperdicio. Nos inspiramos en la naturaleza para incorporar la economía circular en los proyectos.
- La mitigación y adaptación al cambio climático
Por último, tenemos una necesidad global, a escala planetaria, de mitigación y adaptación al cambio climático. Necesitamos cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la naturaleza nos necesita.
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Una escala humana que dialogue con otros seres vivos
Diseñamos espacios a escala humana, a través de la observación, la investigación de las huellas del lugar, el paisaje cultural y la participación de las personas que habitan los espacios para realizar un análisis etnográfico que sirva de base para el diseño.
Amasamos, componemos, encajamos el espacio para integrar a las personas, plantas y a otros seres vivos en él y así lograr que lo habiten y generen una biodiversidad funcional tanto en exterior como en interior.
Jan Gehl, en “La humanización del espacio urbano” establece tres tipos de actividades básicas para espacios exteriores que es importante conocer para el diseño tanto a escala urbana como a escala arquitectónica y que bajo mi punto de vista, también se pueden trasladar al interior de los edificios (Gehl, 2006):
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a) Actividades necesarias
Las obligatorias, como ir a trabajar, a comprar, al colegio… Forman parte de nuestras tareas cotidianas. En cierta manera, son independientes del entorno físico. Si tienes que hacer una actividad obligatoria, la haces, sea como sea el medio físico, no hay posible elección.
Aceras deterioradas | Foto de cómo crear historias
b) Actividades opcionales
Las que te apetece hacer y disfrutas haciéndolas. Sólo se realizan si las condiciones del entorno son favorables, si hace buen tiempo o el espacio está aclimatado y el lugar te invita a ello. Son actividades del tipo recreativo, como disfrutar de un paseo o de una estancia agradable.
Y si incluye naturaleza, mucho mejor por el bienestar que transmite. Es curioso comprobar cómo las personas prefieren ir por caminos rodeados por naturaleza. Llevo años usando el carril bici de donde vivo y siempre me encuentro peatones paseando por él ¿por qué? porque hay vegetación a los lados, es más agradable y se sienten más seguras caminando entre plantas que junto a los coches.
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c) Actividades sociales
Las que dependen de la presencia de personas en el espacio, y por tanto, de las actividades necesarias y opcionales. Son juegos, saludos, conversaciones… en definitiva, todo tipo de actividades comunitarias, incluso de carácter pasivo, como ver y oír a la gente. Son fruto del encuentro con otras personas que están a gusto en el espacio. Por lo tanto, se producen si hay gente en el medio físico, pues de manera espontánea se encuentran, se cruzan, intercambian impresiones, se crean situaciones imprevistas y contactos de los que pueden surgir todo tipo de iniciativas.
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En un espacio común que transmite bienestar, conviven gran cantidad de actividades necesarias, opcionales y sociales.
Si el entorno no es agradable, no disfrutas de tu trabajo, de tu estancia o paseo, realizas el mínimo de actividades necesarias, lo más rápido posible pero no de la mejor manera, lo cual te estresa, pues tu objetivo es terminar lo antes posible sin dar importancia a la calidad de lo que haces.
Los entornos desagradables, poco cuidados, tienen el mínimo de actividad y por lo tanto, crean pocas conexiones entre las personas, son lugares que no te reconfortan y donde no es cómodo ni trabajar ni estar.
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En el caso de espacios públicos o de uso público, si el medio físico no facilita el disfrute de pasear o de ir en bicicleta, tienes que recurrir al coche para realizar los desplazamientos y esto deteriora la calidad urbana, pues además de contaminar, disminuye su posibilidad de acoger actividades, hace las calles poco apetecibles para disfrutarlas, las vacía y las hace más inseguras, como decía Jane Jacobs ( Jacobs, 1961).
Vuestro reto y el nuestro, es revertir esta situación de malestar y recuperar el espacio común para crear una comunidad que te ayude en el día a día, que te reconforte cuando lo necesites y que contribuya a crear conexiones entre las personas y el espacio, tanto interior como exterior.
Una calle usada es una calle vigilada, ya nos lo decía Jane Jacobs
En una ciudad sana, conviven una gran cantidad de actividades necesarias, opcionales y sociales. En una ciudad sana, sin problemas de accesibilidad con sensación de seguridad, el espacio público es el lugar de encuentro, y no los grandes centros comerciales.
Foto de Mohan Reddy Atalu en Pexels
A estas actividades hay que sumarle la proxémica, un término también acuñado por el antropólogo Edward T. Hall y que estudia la relación espacial entre las personas, el uso que se hace del espacio personal, es decir, el espacio que rodea nuestro cuerpo.
Son las distancias que, de manera inconsciente, empleamos para estructurar la interacción diaria (Hall, 1985, p.139):
- La distancia íntima (de 0 a 0.45 m): se perciben estímulos visuales, auditivos, olfativos, táctiles y temperatura.
- La distancia personal (de 0.45 a 1.20 m): es la zona de protección entre uno y los demás. Son los contactos normales. Puedes tocarte tendiendo un brazo.
- La distancia social (de 1.20 a 3.5 m): la zona de los contactos profesionales donde es posible la comunicación.
- La distancia pública (de 3.5 a 7.5 m): la zona de comunicación en voz alta, es la distancia formal.
En función de la situación, la confianza que tengas con la otra persona y la cultura a la que pertenezcas, mantienes una distancia u otra comprendida en estos rangos.
Ahora más que nunca, todo este tipo de actividades y relaciones hay que reformularlas a nivel espacial por el coronavirus, pues aunque tengamos los contactos limitados, somos seres sociales y la actividad se tiene que realizar de manera segura. Los espacios tienen que crecer. En épocas pasadas, las pandemias han supuesto una evolución en el diseño urbano y arquitectónico. Hay mucho trabajo por delante, es un punto de inflexión para nuestro entorno.
Necesitamos recuperar los lugares en los que vivimos como habitantes y como peatones, dejar de pensar en entornos mínimos y rescatar el espacio que el coche nos ha ido arrebatando.
Cuenta con nosotros para ayudarte a dar forma a esta evolución, donde las personas y la naturaleza dialogan con el entorno.
Fotografías:
(Por orden de aparición)
- Foto de Lucas Pezeta en Pexels
- Foto de Tim Marshall on Unsplash
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- Vista general de “La misteriosa historia del jardín que produce agua” | Autores de la obra: cómo crear historias | Autor fotografía: David Frutos
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- Foto de Daniel Lazarov en Pexels
- Foto de Joe Green on Unsplash
- Foto de Mattia Astorino on Unsplash
- Vegetación espontánea en Algorta (Getxo, Bizkaia) | Autor: Cómo crear historias
- Foto de Boris Smokrovic on Unsplash
- Foto de Skitterphoto en Pexels
- Estanque con plantas macrofitas que depuran agua “La misteriosa historia del jardín que produce agua” | Autores de la obra: cómo crear historias | Autor fotografía: David Frutos
- Foto de Luca Dugaro on Unsplash
Bibliografía:
Gehl, J. (2006). La humanización del espacio urbano: La vida social entre los edificios. Reverte.
Hall, E. T. (1985). La dimensión oculta. Siglo XXI.
Munari, B. (2000). Diseño y comunicación visual: Contribución a una metodología didáctica. Gustavo Gili.
Sennett, R. (2019). Construir y habitar (2019.a ed.). Anagrama.
Diagrama Proxémica | Infografía: cómo crear historias | Fuente: Hall, 1985